En la iglesia presbiteriana del pequeño suburbio de Londres, en cuyas tierras el ejército revolucionario guiado por Cromwell y Fairfax había acampado a finales de octubre de 1647, en la penumbra rota por el fuego de las antorchas, entre el olor a cuero y heno, soldados, oficiales y generales, en discusiones abiertas y libres, habían establecido las bases conceptuales de nuestra política moderna. Con más de un siglo de adelanto al ’89 francés y dos siglos antes del ’48 europeo, se originó la primera formulación en la historia de una alternativa republicana y democrática frente a la monarquía. Bajo el fuego de una confrontación en ocasiones dramática, habían sido forjadas las categorías fundamentales de una sociedad fundada en torno a la idea de un contrato libremente estipulado entre ciudadanos (esto es, Agreement of the People) y de un orden constitucional garantizado bajo el principio de la soberanía popular y el sufragio universal.