Isabelle consigue hablar del tormento una vez cumplidos los 14 años, pero la angustia y el horror habitan en ella desde los seis, cuando por primera vez su padre, durante el baño diario, profana su cuerpo de niña. Ella no se siente cómoda, pero no entiende… y guarda silencio. Lejos de aliviarla, la denuncia, el juicio y el encarcelamiento del padre no bastan para erradicar sus pesadillas, y la desilusión por una condena ligera unida a la incomprensión del entorno agudizan el trauma emocional y afectivo. La terapia, el nacimiento de su hijo y el apoyo de un hombre que la ama de verdad la ayudan a luchar por destapar el horror del incesto con los niños y a fundar la Asociación internacional de víctimas del incesto, con la que emprende una batalla legal hasta que logra modificar las leyes de protección al menor en Francia. “Una nunca se cura del incesto. Pero es posible sobrevivir, y yo soy la prueba.” Isabelle Aubry.