Poco dado como soy a lanzarme como un poseso a comprarme las últimas novedades editoriales, me soprendió regresar a casa tras mi última incursión en una librería con un ejemplar de esta novela en mis manos. Cierto que me llamó la atención el período en el que transcurre (siglo XIX en España) y que el tema de la revolución industrial en nuestro país, por poco tratado, me parece atractivo son dos buenos motivos para acercarse a él, pero eso no es suficiente para mí, o no suele serlo, ya que el aspecto de best-seller es más bien un freno que no una motivación. Llegué a casa y, nada más leer los primeros capítulos, confirmé una de mis sospechas: se trata, oh, dios, de un best-seller. Seguí leyendo y se hizo ante mí una inesperada evidencia: me gusta, joder. ¿Gustarme así, sin más, un best-seller a moi? ¿Yo que me precio de reírme del banal gusto del mortal común? Voto a bríos, que así sucede con esta novela. Y sólo por eso debería jurarle odio eterno, puesto que ha conseguido que dejara de lado mi "Manuscrito encontrado en Zaragoza" para centrarme en ella recuperando el deleite, el gozoso placer de verse absorto por una lectura que no encontraba desde que leía por primera vez a Dickens, o a Dumas. Cierto es también que la pluma de Andrés Vidal no es la de tan insignes autores (ni falta que le hace, estamos en pleno siglo XXI, por favor), pero sí que tiene de ellos lo que a mí más me atrajo en su momento: esos personajes redondos y rellenos, capaces de hacerte creer todas las historias que les suceden, convirtiéndose en tan familiares que, antes de acabar el libro, ya sabe uno que los echará de menos.
hace 14 años