Estos escritores evocaron con frecuencia sus espacios habitados y una arquitectura perdida: el recuerdo de casas, ciudades y paisajes, en busca de paraísos como lugares de identificación personal. Este recuerdo de períodos vitales perdidos en los inocentes años infantiles y de primera juventud (como los días marinos de Aleixandre en Málaga, el mar de la bahía de Cádiz para Alberti o los edificios claros y jardines sevillanos de Cernuda) se acentuó en la lejanía geográfica del destierro.