La Biblia es una gran carta abierta a la humanidad firmada por Dios. Apela a todos los hombres y mujeres de toda condición, época y lugar, tanto a los creyentes de cualquier fe como a los incrédulos, los agnósticos y los ateos. Aunque no se acepte o se desconozca al remitente, la carta está en nuestro buzón. Si la leemos habremos aprovechado una buena oportunidad de conocernos a nosotros mismos, puesto que, de alguna manera, somos incompletos sin la Biblia. Nuestra cultura, nuestra historia, nuestra lengua, nuestras obras de arte, nuestras costumbres, nuestra conciencia, dependen tanto de la Biblia que nos resultaría difícil interpretar el mundo en que vivimos prescindiendo de ella. En la Biblia está todo: la costilla de Adán, el guardián del hermano, el viejo de Matusalén, el arco Iris, nuestro mundo babélico, circuncisos e incircuncisos, Sodoma y Gomorra, estatuas de sal, un plato de lentejas, las doce tribus de Israel, años de vacas flacas, la mujer de Putifar, la Tierra Prometida, los diez mandamientos, el arca de la Alianza, cientos de becerros de oro, el ojo por ojo, el maná, Dalila y Sansón, las espigadoras, el gigante Goliat, la estrella de David, los juicios salomónicos, vanidad de vanidades, los falsos profetas, non serviam, las primeras feministas, los pies de barro, la objeción de conciencia, dos viejos verdes, el muro de las lamentaciones, la paciencia del santo Job, Pinocho y Jonás... El libro de Carlos Goñi es el aviso de Correos de que tenemos una carta firmada por Dios.