En ausencia de investigadores de ficción asociados a la literatura de nuestro país (Holmes y Poirot en Reino Unido o Maigret en Francia), en España, la narrativa policiaca, y quizá por no ser un género en que hayan destacado nuestros autores, ha carecido siempre de un referente claro. Las escasas incursiones de Plinio (el detective manchego ideado por García Pavón), la literatura para minorías que Vázquez Montalbán creó con Carvallo, o Alicia Giménez Bartlett con su inspectora Petra Delicado, han proporcionado buenos momentos a los amantes del género, pero sin llegar a las masas de igual manera que sus homólogos europeos.
En 2011, Tony Hill irrumpió en escena con “El verano de los juguetes muertos”. El inspector Héctor Salgado, iniciaba una saga de novelas en las que el autor ha sabido exprimir su profesión de psicólogo para trazar en sus personajes una descripción de mentes con las que, indagando en las circunstancias que han ido esculpiendo su forma de ser, es capaz de ofrecer al lector una visión poliédrica de todos ellos.
La insistencia de una madre en cuestionar que la muerte de su hijo haya sido un suicidio lleva a Salgado a ir sacando a la superficie las miserias de tres familias de la clase alta barcelonesa hasta llegar a la resolución final del caso. Como hiciera posteriormente en “Los amantes de Hiroshima” (https://antoniocanogomez.wordpress.com/2018/10/13/los-amantes-de-hiroshima-toni-hill/), el lado bueno de la familia como entidad que otorga protección se contrapone con lo más siniestro de las relaciones paterno-filiales, guardando relación ambos aspectos con la resolución del caso en las dos novelas y ofreciendo así un indicio de cuáles son los elementos recurrentes de la literatura de Hill.
Una madre que abandona a su hijo siendo niño sin resultar por ello un personaje deplorable a ojos del lector. El monitor de un campamento de verano que oculta los abusos a menores de los que ha sido testigo y, pese a ello, cuesta trabajo repudiar su conducta debido a la existencia otros niños cuyos sentimientos trata de proteger con esa ocultación. Y la propia víctima, que a pesar de ser víctima es capaz de despertar antipatías en los lectores hasta el punto de justificar su fin.
En definitiva, un autor que sabe manejarnos y dejar un dilema permanente a la hora de hacer un juicio moral de los personajes. Un escritor hábil que sabe desconcertar para bien. Ante eso, el incentivo para seguir leyendo alguien que promete y que, gracias a su relativa juventud, puede colocar al inspector Héctor Salgado a la altura –o por encima- de Petra Delicado, Pepe Carvallo o Plinio.
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hace 2 años
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