A principios del siglo XIV, la orden de los templarios parece abocada a su desaparición. Su Gran Maestre acude a los monarcas europeos a pedirles ayuda para recuperar Jerusalén de las manos de los mamelucos, pero apenas obtiene de ellos una retahíla de palabras amables. Ante una situación desesperada, los templarios deciden ocultar el valioso legado que custodia la orden en un lugar del Pirineo aragonés.