A muchos nos causa perplejidad escribe el autor el entusiasmo con que muchos occidentales acogen o reinterpretan a su manera doctrinas y enseñanzas ajenas por completo a las más elementales exigencias de racionalidad y verificabilidad, porque no entendemos el doble rasero con el que se miden las extravagancias religiosas dependiendo de su procedencia geográfica. No comprendo por qué extraña razón debemos atribuir una sabiduría inmemorial y primigenia a los habitantes del Tíbet o Nepal y no hacer lo propio con un pastor de los montes de Albarracín. El glamur de lo exótico puede ser un criterio para elegir nuestro próximo destino de vacaciones, pero no debería serlo para valorar la credibilidad de una religión. A los europeos nos ha costado muchos años y mucho sufrimiento emanciparnos del yugo de nuestra propia tradición religiosa como para que ahora juguemos irresponsablemente a flirtear con ideas que no dejan de ser tan inasumibles por el pensamiento racional como cualesquiera otras del variopinto espectro de las religiones .