Nelson Mandela solía decir que "una nación no debe juzgarse por como trata a sus ciudadanos con mejor posición, sino por cómo trata a los que tienen poco o nada." Por extensión, podría decirse que no ha de juzgarse a una nación por su capacidad de multiplicar riquezas sin parar mientes en las consecuencias socio-ambientales, sino por la benevolencia con que procura que a todos se dé según su necesidad y a cada quién según su potencial, sus méritos, su capacidad y su aporte a la sociedad, y por la lucidez con que sus ciudadanos interaccionan con la naturaleza. Ese es e espíritu de la socialdemocracia actual. Desde 1848 en que esta ideología irrumpió en el escenario político, ha evolucionado hasta el punto en que su leitmotiv es procurar un uso inteligente y compasivo de la unidad y lucha de contrarios, pues al fin y al cabo es una ley del cosmos de la cual nadie puede sustraerse, pero ya no desde la parte negativa de la lucha de clases, sino potencializando la parte positiva de la unidad y lucha de contrarios, evolucionando, mutando y/o adaptándose a las complejas como cambiantes circunstancias históricas; atemperando el odio que alimenta ciegamente los antagonismos y procurando una interacción dialéctica y compensatoria entre opuestos para superar esa vieja concepción pedestre, abrupta, violenta, determinista y lineal de la historia que se ofrece al ego como algo pétreo, darwinista y mosaico, por lo tanto, antagónico per se, irreductible per se e irreconciliable per se, máxima cuando sobran ejemplos de su fracaso. Entonces, es obvio que el espíritu del cosmos es la contradicción, así sea en lo infinitamente grande, en lo infinitamente pequeño y en lo infinitamente complejo, la vida. Empero, en el ámbito humano, la esencia del desafío histórico es eminentemente un problema del hombre y de la mujer. En todo caso, no se puede reducir la unidad y lucha de contrarios a una relación entre las partes cuya fundamental finalidad se la violencia y la destrucción mutua. Ello equivale a la fría como absurda extrapolación de las fuerzas, las inercias y los patrones de la selección natural al plató de la historia. Un problema humano, demasiado humano, pues ya no es el espectro del comunismo el que ronda el mundo; ni siquiera lo es la mano invisible del duendecillo que mueve los hilos del mercado a su sabor y antojo, sino una virulenta epidemia psíquica, cuya sepa nihilista y exacerbada por el liberalismo neoclásico destruye a su paso al sistema natural y al sistema social. Muy claro lo expresó Hobbes: homo homini lupus est. La evolución histórica de la socialdemocracia es una muestra de que la política es ciencia; es cierto, pero también arte para dialogar, negociar, ceder y acordar la creación de las condiciones humanitarias -objetivas y subjetivas- para que todas las personas, libre de las cadenas de la necesidad, se forjen humanitariamente... De eso trata la presente obra. El Autor.