Un paisaje casi lunar, aparentemente atemporal. El blanco se extiende hasta el infinito. Es el extremo y bellísimo Gran Norte. Hace frío, mucho frío. Y viento. Nieva. Todo aquí es frágil. Incluida la vida de sus habitantes. Sobre todo la vida de sus habitantes. Una noche, el suelo helado se quiebra de manera inesperada. Eso no debería haber ocurrido, no en esta luna, no en este tiempo. Uqsuralik, una joven inuit, apenas tiene tiempo para salir del iglú y ver a su familia desaparecer en la oscuridad: ellos han quedado en una placa de hielo, ella en otra, una grieta infranqueable, que se agranda por segundos, los separa. Sola o casi —Ikasuk, el mejor perro de su padre, está a su lado—, tiene dos opciones: caminar o dejarse morir. Para sobrevivir en unas condiciones radicalmente hostiles en el corazón del blanco infinito del espacio ártico, Uqsuralik tendrá que recurrir a la ayuda de otros humanos y también de ciertos espíritus, que la guiarán en una insospechada vocación chamánica. Un viaje iniciático en condiciones extremas, donde la adolescente se convierte en mujer y la mujer en anciana, y cuyo periplo inicial para reencontrarse con su familia la llevará más allá de la inmensidad del espacio ártico, hacia un vasto y hasta entonces desconocido mundo interior, que le descubre su pertenencia a un todo apenas descifrable y su hermandad con cada una de las criaturas vivas.