Resumen

George Sand y Gustave Flaubert se vieron por primera vez el 30 de abril de 1857. Fue en el foyer del teatro del Odéon de París: un apretón de manos y, posiblemente, unas palabras corteses sellaron el encuentro. Ella había leído Madame Bovary unos meses antes, picada sin duda su curiosidad por el revuelo que la novela había causado. Y él le había enviado un ejemplar dedicado de la primera edición. A ese encuentro siguieron, en septiembre del mismo año, unas páginas en el Courier de Paris que declaraban públicamente la admiración de Sand por la novela del joven autor. Otras del mismo tenor aparecerían en La Presse en 1862, a propósito del siguiente libro de Flaubert, Salammbô. Y muy poco más, en esos años: apenas un encuentro documentado, en 1859, en el cuarto piso del nº 2 de la rue Racine, vivienda parisina de Sand en ese tiempo. Hasta ese momento, cualquiera —y, para empezar, los dos protagonistas mismos— podría pensar que la relación entre ambos era de carácter literario, tal vez teñida de un cierto matiz interesado por parte de Flaubert, en cualquier caso social, cortés y nada personal o íntima. Tras leer las cartas que se intercambiarían en los trece años siguientes descubrimos que la realidad fue después casi la inversa: Sand y Flaubert casi nunca coincidieron en lo literario, pero sus sentimientos no dejaron de acercarlos. Sand se lamenta a menudo en las cartas de lo poco que las circunstancias los dejaban encontrarse. Él hacía a su vez lo propio, aunque, conociendo las quejas similares y las excusas sin cuento con tal de no interrumpir sus encierros creativos que jalonaban su correspondencia con Louise Colet, su amante de los años 1846-55, sería lícito sospechar de su sinceridad. En cualquier caso, hasta tal punto fue intenso el intercambio en esta amistad que Flaubert, poco antes de la muerte de su amiga, estaba convencido de la influencia "moral" de ella en su cuento Un corazón simple.