Si a alguien le dicen que va a leer no solo con gusto, sino con emoción, una historia en la que se mezcan la reina de Saba, una expedición del siglo XIX a África, la historia de un esclavo guineano y la de un opositor en el Madrid del 2002, igual se le escapa un gesto de incredulidad. Pero el autor consigue precisamente eso: la suspensión de la incredulidad. Dejamos de lado nuestros prejuicios, nuestra tendencia poner pegas y peros, y nos convertimos en cómplices, en protagonistas. Y eso es tan, pero que tan difícil…. Mis más sinceras enhorabuenas al autor. Porque si ya es un mérito haber alcanzado ese objetivo, en el caso de una novela de las calificadas “de aventuras”, el mérito es aún mayor. Porque no es nada fácil conjugar acción, emoción, ritmo, misterio e historia. Y es una gozada terminar una lectura con la sensación de que valíó, y mucho, la pena
hace 11 años