Mientras me desvestía, vi que Antoine clavaba su mirada en mi espalda. Me codiciaba todavía, siempre, y desconfiaba de mí. Con su mirada, yo también me miraba: era bella y mentirosa. Yo no me miraba la cara, me miraba el cuerpo. Tenía un cuerpo hermoso, aún lo tengo. Pocas mujeres tienen los senos bonitos: yo soy una de ellas. Aún menos mujeres tienen los senos bonitos y fascinantes: yo soy una de esas pocas. Mi cuerpo tenía vínculos con aquel apartamento y con Antoine; se había acostumbrado a todo aquello. Tenía el cuerpo cuidado, desenvuelto, pletórico de una hermosa mujer rica, halagada por las caricias de un hombre que tenía una hermosa dentadura, pasión y destreza.