Papá está en el caos de su primera semana de duelo auténtico, cuando las ceremonias ya han concluido y los amigos se han dispersado. La soledad, ahí es donde empieza realmente la muerte. Papá se pasa el día clasificando mis cosas, llorando entre dos llamadas telefónicas, sonándose los mocos copiosamente sin tener ni siquiera el pretexto de la alergia al polvo. Se resigna a tirar mis viejos apuntes de primero y de segundo, después de haber releído meticulosamente esas necedades acumuladas, no resultara que, entre una clase de inglés y una de mates, se me hubiera colado una nota, un dibujo, algún apunte personal que pudiera interpretar como un mensaje…» Con un pudor infinito y una enorme delicadeza, Michel Rostain nos sumerge en los entresijos de un amor absoluto y nos invita a viajar con él a lo largo del duelo más inimaginable y más temible, el de un padre por su único hijo. Un relato desgarrador pero, al mismo tiempo, cargado de humor y que transmite, por encima de todo, un apasionante amor por la vida.