Quizá nació del ingenio de fray José de Sigüenza, probablemente de la hábil pluma de Diego Hurtado de Mendoza (abajo); en cualquier caso, Lázaro de Tormes no era ningún aborto literario, ningún engendro del que avergonzarse. Tanto es así que superó y supera con creces el anonimato de su creador.
Lázaro escribe para defenderse, le acusan de ser un cornudo consentido, y con el honor, con el honor no se juega. Hasta conseguir su anhelada estabilidad, el de Tomes rueda como moneda entre señores de la peor calaña, y ahora, casado y con un carguillo en Toledo, la gente tacha de barragana a su parienta....no hay forma de encontrar sosiego.
Las anécdotas, desventuras y el aprendizaje del joven Lázaro son reflejos del siglo XVI, una clase de historia contada y cantada con un humor muy agudo:
"Y acuérdome que estando el negro de mi padrastro trabajando con el mozuelo, como niño veía a mi madre y a mí blancos y a él no, huía de él, con miedo, para mi madre, y, señalando con el dedo, decía:
-¡Madre, coco!
hace 10 años
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