Esta novela forma parte de cierta épica del regreso, y como toda narrativa del regreso, no cuenta la historia de una reconciliación, sino la de un extrañamiento. Siempre se vuelve a la tierra de los afectos como un extraño. Vitor Flanagan escapó de Santa Cruz, de Bolivia, porque su madre había muerto cuando él era niño, y porque mientras se hacía adulto comprendió que irse era la única vía de no convertirse en su padre, un violento alcohólico que trataba de sobrevivir a la muerte de su esposa. Doce años después de haber llevado una vida errática en Estados Unidos, Vitor vuelve a su ciudad tras haber perdido todo contacto con la gente que lo quiso. Tres mujeres suponen en el presente todo lo que fue su vida en el pasado: María, viuda de su padre, una especie de madre sustituta y un silencioso testigo de la disolución de la familia, Fabia, la hermana de Vitor, que alberga hacia él un resentimiento profundo por haber desaparecido de su vida, por haberse olvidado de ellos. Y Laura, su antigua novia, ahora casada con otro. La desaparición del paisaje es una novela sobre la culpa, sobre la clase media cruceña (esa cosa difícil de precisar en tiempos de cambios sociales tan contundentes en Bolivia), sobre cómo los hijos que nunca tendrán hijos sobrellevan el luto por la muerte del padre, sobre el alcoholismo (que en más de un sentido se convierte en la verdadera patria de los personajes). Es una novela sobre la responsabilidad que implica sobrevivir a las personas que se aman y sobre cómo asumir ese tipo de soledad: la soledad de ser un superviviente.