No cuesta reconocer en estos relatos de Maximiliano Barrientos lo que ya estaba presente en sus dos anteriores novelas, Hoteles y La desaparición del paisaje, novelas en las que Maximiliano construía potentes imágenes en las que sus personajes indagaban en un pasado que reconstruían como un puzzle en el que faltaban muchas piezas y en donde el lector asistía a una recomposición, mezcla de recuerdos y ficciones, si acaso a menudo no son lo mismo. En La casa en llamas, publicado por Eterna Cadencia, Maximiliano reúne seis relatos y hay un hilo conductor, una especie de mal fario, que no solo flota en el ambiente, sino que cala en los personajes, a los que parece que la soledad, la tristeza, la desesperanza, el dolor y los recuerdos trágicos, los acorralan y los dejan a la intemperie, al albur de un presente tan líquido como precario. En No hay música en el mundo tenemos a un boxeador en el ocaso de su carrera a quien la derrota sobre el ring se unirá la mofa por parte de unos cazadores, donde las ganas de descansar del boxeador, quizás de reinventarse, se verá reemplazadas fatalmente por el sueño eterno. En Algo allá fuera, en la lluvia, mientras al protagonista le comen la verga, éste no se quita a su padre de la cabeza. Una familia rota, el pasado hecho añicos, la cabeza maltrecha, esos procesos químicos que conducen a hacer cosas arbitrarias, ante las que un por qué, produce un eco mudo. En Sara, una mujer, Sara, se cobra su particular venganza secuestrando temporalmente al hijo del hombre que en su día permitió que la violaran. Una mujer que constata que una parte suya ha muerto cuando ve en un bar a otras mujeres más jóvenes, más joviales, mujeres en las que ya no se reconoce, mientras su pasado traumático, no acaba de pasar, ni de pesarle. En La memoria de Tomás Jordán un joven celebrará cada año con la mujer de su hermano asesinado en un atraco, la muerte de éste, una rememoración macabra, donde el pasado, convertido en presente continuo es una herida que mana, que nunca cicatriza porque el protagonista así lo quiere, como si ese recuerdo trágico, pero recuerdo al fin y al cabo, fuera la única manera de sentir a su hermano muerto, de resucitarlo y de sentirse él a su vez vivo también. En Fuego tenemos a una pareja que se une y desune, donde no faltan las infidelidades, el amor trágico, un aborto. Una relación durante un lustro. Una relación que se malogra con la locura de ella. Una imposibilidad más. El relato que cierra el libro, el más largo, de título Gringo, es el más salvaje de todos. Un extranjero, el Gringo, el tío del narrador, pasa al primer plano con unas fotos antiguas en las que se le ve haciendo cosas horribles. Ante esas fotos, surge la duda de qué hacer. Esa duda ante la que el narrador ejercerá de juez, para cambiar, no unos actos pretéritos, sino para evitar las consecuencias que los mismos pueden tener. Lo que nos llevaría a pensar acerca de en qué medida la verdad a secas, opera como una liberación o bien como una condena. En qué medida, saber, nos ayuda o nos esclaviza al pasado. Creo que la mejor novela de Maximiliano todavía está por venir, dado que ya hay una voz, un estilo y cosas que contar
hace 8 años