La labor de un buen escritor se demuestra no tanto por la calidad de su escritura o del planteamiento de su historia sino, también, por la atmósfera que crea a la hora de narrar el núcleo de la novela y por saber envolver al lector en el clima que quiere transmitir con la trama argumental. En el clásico “La muerte en Venecia” (es sólo en la película donde se suprime el “la”), un escritor de edad madura acude a la ciudad italiana en busca de inspiración y sólo se lleva la obsesión hacia un joven proveniente de una familia que se hospeda junto a él y al que no logra ninguna aproximación. En única época en la que no se habían abordado de forma explícita determinados temas en la literatura, hacer coincidir esos hechos con la narración de una epidemia de cólera que sume a la ciudad de los canales en un ambiente opresivo aumentado por el calor y la humedad, hace de esta novela, que en ocasiones puede resultar lenta para quien busque un simple buen argumento, todo un ejemplo canónico de cómo crear un clima envolvente apropiado para la historia que hay dentro. En “Mario y el mago”, relato que suele acompañar a “Muerte en Venecia” a las ediciones publicadas en España, Mann utiliza la misma técnica (una sociedad intolerante e irritable que en un pueblo con mar, también en Italia, se muestra contraria a convivir con una familia con niños) para contar cómo un mago acude a ese pueblo y lo abduce con su espectáculo. La historia –si bien esto no fue aclarado por el escritor- ha sido vista por muchos como una alegoría de la manera con la que el pueblo italiano resultó, en su día, embebido por la retórica de Mussolini. www.antoniocanogomez.wordpress.com
hace 2 años