Exuberante, extraño, insólito, excesivo, único, principalmente único en la historia de la literatura, es este libro de Hodgson. Escrito de manera sencilla y cargada a un tiempo (extraña paradoja, como todas las paradojas en realidad) resulta una novela fantástica muy entretenida y para nada aburrida. La tensión constante y la desagradable sensación de presencias demoníacas rodeando la casa (una casa cuya construcción ya es repulsiva; por sus torres curvas y sus pináculos que sugieren ardientes llamas y por su inconcebible antigüedad; Chesterton dijo en alguna parte algo parecido), el foso sombrío, la distancia que separa a la casa del resto de la población, son elementos que actúan maravillosamente a favor de la novela. El libro está, podríamos decir, dividido en dos partes. La primera trata sobre los primeros descubrimientos del protagonista, un hombre de edad mediana, acompañado por su hermana y su perro "Pepper", acerca de los recovecos del sombrío y ominoso caserón, el foso cubierto por maleza y su riacho discurriendo casi oculto por la maraña de árboles y arbustos del ribazo, y fundamentalmente por la aparición, terrorífica e impactante, de los hombres-cerdo, unas criaturas primigenias, infernales y repugnantes, salidas de las entrañas de la tierra (jamás se descubre el verdadero origen de estas bestias) y que asedian a la casa durante un período insoportable de algunos días y noches. El terror de estos capítulos es realmente abrumador y nos compadecemos por la soledad de la lucha de este hombre contra las criaturas infernales y por la presencia intangible, inmaterial aunque densa y perceptible, de fuerzas incorpóreas y malignas. La segunda parte, que por lo visto en otras páginas es la que menos le ha gustado a algunos lectores, es para mí, la parte fundamental y la que le termina por conferir a la obra, su condición de inigualable. El viaje cósmico-onírico a través de otras dimensiones, del espacio-tiempo, con sus esferas luminosas, sus rojas brumas, y sus constantes cambios, todos tremendos y sorpresivos, son verdaderamente maravillosos. Asistimos a una aceleración del tiempo, en la cuál podemos ver, con sobrado y justificado estupor, junto al protagonista que observa perplejo por la ventana, el camino del sol y la luna por el cielo, cada vez más deprisa, hasta que "sólo una estela de fuego" hiende el aire de la cúpula celeste. Es impresionante la narración del paso terrible de los años, miles de ellos, millones, el triste envejecimiento del planeta tierra, hasta la extinción y muerte de nuestro sol y por ende de todo el sistema solar. Está este libro, repleto de bellas y coloridas descripciones del espacio, muy detalladas, con sus brillantes constelaciones y sus extrañas brumas y nubes, y esferas danzantes de pálidos colores azules y los estallidos llameantes del "Sol Verde", aquel maravilloso y fantástico "Sol Central" (tal vez, el sol dominante del universo, alrededor del cuál todos los demás sistemas giran eternamente hasta su inexorable destrucción) que diluye un delicioso y suave crepúsculo esmeralda, y muchas otras geniales y espantosas invenciones del autor. Es asfixiante, opresivo y angustiante en muchos pasajes, y muy bello y poético en algunos otros (como en el capítulo en que describe "El mar de los sueños", donde se encuentra con un amor de su juventud y que vuelve a encontrarse en este paraje misterioso, envuelto en el dulce murmullo de un mar en calma y un sol de suave y lechoso resplandor; el sol verde posiblemente, visto desde otra dimensión). Me hubiera gustado copiar algunos párrafos para ejemplificar y acentuar la reseña, pero preferiría que experimenten los lectores por si mismos la inigualable sensación que suscita la poderosa fuerza que emerge de este libro tan pero tan singular y excepcional.
hace 8 años
8
-4