Con la sola ayuda de una grabadora y una pluma, Svetlana Aleksiévich (Premio Nobel de Literatura 2015) se empeña en mantener viva la memoria de la tragedia que fue la URSS, en narrar las microhistorias de una gran utopía. «El comunismo se propuso la insensatez de transformar al hombre “antiguo”, al viejo Adán. Y lo consiguió… En setenta y pocos años, el laboratorio del marxismo-leninismo creó a un tipo de hombre peculiar, el Homo sovieticus», condenado a desaparecer con la implosión de la URSS. En este magnífico réquiem, la autora reinventa una forma literaria polifónica muy singular que le permite dar voz a cientos de damnificados: a los humillados y a los ofendidos, a madres deportadas con sus hijos, a estalinistas irredentos a pesar del Gulag, a entusiastas de la Perestroika anonadados ante el triunfo del capitalismo, a ciudadanos que plantan cara a la instauración de nuevas dictaduras… ¿Cuál es el método de la autora para conseguir testimonios tan diversos y elocuentes? «No hago preguntas sobre el socialismo, sino acerca del amor, los celos, la infancia, la vejez. O sobre la música, los bailes, los peinados. Sobre la infinidad de detalles relacionados con una vida desaparecida. Ésa es la única forma de mostrar, de adivinar algo, inscribiendo la catástrofe en un contexto familiar… A la historia sólo parecen preocuparle los hechos, las emociones quedan siempre marginadas. Yo observo el mundo como escritora, no como historiadora». Svetlana Aleksiévich (Ucrania, 1948) estudió periodismo en Bielorrusia, donde sus padres eran maestros. Es autora de La guerra no tiene rostro de mujer (1985), sobre la Segunda Guerra Mundial; Los ataúdes de zinc (1989), sobre la guerra de Afganistán; El hechizo de la muerte (1993), sobre los suicidios que se produjeron tras la caída de la URSS; y La súplica (1997), sobre Chernóbil. Tras varios años de residencia en Berlín, actualmente vive en Minsk.