Kate Blackwell, presidenta de la poderosa Kruger-Brent Internacional, celebra su noventa cumpleaños. Hay políticos, financieros, lo más granado de la sociedad. Pero ella sólo tiene ojos para una persona: su nieto Robert. ¿Cosas de abuela? Nadie podría comprender la desesperada ilusión que deposita en él: Robert es el resumen de su vida, la baza a la que juega el éxito o el fracaso de sus noventa años. También, muy dentro de ella, están sus fantasmas queridos: su padre, Jamie, el enérgico y vengativo escocés que en Sudáfrica levantó el imperio económico a que ella se debe; Margaret, su madre, dulce y paciente, que atesoraba ternura como Jamie dinero; Banda, el bantú nacionalista que le hizo dar lo mejor de sí misma; David, en fin, su marido, tan bueno y desinteresado.
Ellos a un lado; al otro los vivos: su hijo, que intentó matarla, sus nietas, tan decepcionantes en distintos aspectos, y Robert, la esperanza. Entre unos y otros -como entre la vida y la muerte- Kat, el nexo de unión, una vida hecha a golpe de dureza, una historia que iba más allá de ella misma, que encadenaba su linaje a la Kruger-Brent como si solo no tuviera sentido. Kate es el amo del juego; pero al mismo tiempo la esclava de su deber. Una personalidad enérgica, de una pieza y, por tanto compleja: decidida y amante, justa y brutal a veces.