Se ha dicho de Sam Shepard que, aun siendo el cronista de la América más desolada y profunda, es uno de los últimos creadores de espíritu auténticamente renacentista: desde su debut, en 1964, con Cowboys, ha escrito más de cuarenta obras de teatro, y es considerado uno de los mejores dramaturgos americanos; es también un excelente actor, nominado para el Oscar por su papel en Elegidos para la gloria; ha escrito los guiones de películas tan definitivas como Zabriskie Point y París, Texas, y fue el líder de un grupo de rock, los Holy Modal Bounders. Ahora nos ofrece un libro seductor y enigmático, que se propone como ficción pero que puede leerse a contraluz como la novela de la vida de Shepard. Son más de cuarenta textos muy sugerentes, entre los que hay cuentos espléndidos, ficciones breves, diálogos enardecidos o desesperados entre amantes que se separan o son abandonados, confesiones, recuerdos de infancia y adolescencia, y fragmentos del diario de un actor que rueda en México una película de un director alemán. Y así, podemos presumir que los diarios de rodaje lo son de Voyager, la película de Volker Schlöndorf en la que Shepard interpretaba a un ingeniero transhumante; que Miedo al violín, una extraña y bellísima narración sobre la fascinación de la música y el carácter satánico que se le atribuía a este instrumento, refleja de algún modo sus aproximaciones y alejamientos de la música; que las historias de padres e hijos de Te veré en mis sueños y del espléndido relato que da nombre al libro, Cruzando el paraíso, en el que dos amigos van al motel donde el padre de uno de ellos murió abrasado cuando se le incendió el colchón y vuelven a encender una hoguera, no son sino historias verdaderas donde se filtra entre líneas la intensidad de lo vivido...