Este libro se lee como una juerga flamenca. En la lista de invitados aparecen noctívagos de vocación, artistas del hambre, guardaespaldas afanados, guitarristas virtuosos, promotores de poco escrúpulo, estilistas de presidio, aduladores que persiguen una migaja del genio, y algunos, más bien pocos, amigos verdaderos. Y, como anfitrión de todo esto, Camarón de la Isla. En Camarón de la Isla. El dolor de un príncipe, Francisco Peregil propone un recorrido por los ambientes en que vivió el artista. Aquellos paisajes de su infancia, las casas con las ventanas desdentadas entre las que aquel gitanillo rubio repartía alcayatas en bicicleta, viviendas como la suya, donde ocho hermanos se tropezaban con los colchones en el suelo. Aquellos tablaos en los que triunfó al cante, donde recibió los elogios más rotundos y los claveles más rojos, pero donde también los guiños tramposos de la fama se lo llevaron para nunca traerlo de vuelta...