¿Es posible contar un país? ¿Se puede poner en palabras esa suma de confusiones, variedades, diferencias, inquinas y querencias, un himno, una bandera, una frontera, mismos jefes y, a veces, mismos goles? que llamamos país?
No hay mayor desafío. El Interior es un país enorme, el octavo del mundo en extensión, poblado por 22 millones de personas. Martín Caparrós decidió aceptar el reto de contar ese país que es el suyo y es, al mismo tiempo, tan lejano.
Para eso recorrió, durante meses, solo y despacio, montado en el Erre, cada uno de sus rincones. Para eso fue por pueblitos y ciudades, ranchos y estancias, iglesias y hospitales, burdeles y mataderos, villas y quebradas, montañas y desiertos, los caminos; para eso se encontró con delincuentes y carceleros, gobernantes, pastores, desocupados, santeros, galleros, escritores, optimistas y desesperados, truchos y retruchos, un viejito amable, torturadores y víctimas, patrones y peones, sociólogos y periodistas, criadores de vacas y vendedores de chicos y, sobre todo, tantos otros criollos que ningún rótulo define.
Quería saber si, como creen muchos porteños, El Interior es la chacarera, la pobreza, el feudalismo, la pachorra, la inmensidad vacía. Si es cierto que el Interior es el lugar de las raíces, la Argentina verdadera. Si hay rasgos que nos hacen argentinos, que nos reúnen en una sola idea, una sola cultura. Si existe algo parecido a la esencia de la patria: cómo puede contarse un país.
En El Interior, Martín Caparrós nos vuelve a deslumbrar por su capacidad para escuchar, registrar y seleccionar lo que verdaderamente cuenta. Con la actitud del cazador y el talento del gran narrador, Caparrós ha logrado escribir la gran crónica de la Argentina contemporánea.