Esto, más que una novela, es una guía-callejero olorosa (desagradablemente olorosa) del Estocolmo de la época. Todo es feo, deprimente, pútrido, apestoso. El autor arrastra a sus protagonistas por un laberinto de calles, lugares, edificios y plazas de nombres impronunciables e imposibles de recordar (salvo que te mole mucho lo escandinavo), en el que el lector se acaba perdiendo. Si buscas misterio, no lo vas a encontrar... o mejor dicho, te lo encuentras de sopetón, al principio, se resuelve y ya está. Cualquiera anticipa el nudo principal de la trama desde los primeros capítulos. Me avergüenza un poco reconocerlo, pero vistas las tribulaciones por las que pasa el personaje con el que arranca la novela, llegué a pensar que se lo tenía bien merecido... por imbécil (que no pierda nadie de vista que esto es ficción, no soy un sádico). Se recupera alguna figura de la primera novela (1793), absolutamente prescindible, que sólo está ahí para que podamos conmovernos con su infinito y dignificante sufrimiento. Y el final es (como dijo el inefable Luís Aragonés) "una hecatacombe"... lo de hecatombe solo, se queda corto. En definitiva, no me ha divertido nada leer 1794... si acometo con la tercera entrega, será solo por mi insana manía de no dejar cosas sin acabar.
hace 1 semana