Como ponen de manifiesto los trastornos climáticos, la relación del ser humano con la Tierra, única Casa Común que tiene para vivir, ha sobrepasado un límite sistémico: ni los recursos naturales son infinitos ni cabe suponer un progreso infinito. La humanidad se enfrenta así a una cuestión global que es más ética que científica. Se necesita con urgencia una ética de la Tierra que le devuelva su vitalidad vulnerada. Pero esta ética no se sostendrá si no va acompañada de una espiritualidad que eche sus raíces en una razón cordial y sensible. Solo así cabe generar un cuidado y un compromiso serio de amor, responsabilidad y compasión hacia la Casa Común. La vida del espíritu, que se alimenta de bienes no tangibles, es el suplemento de alma que convoca a acciones salvadoras y regeneradoras de la Madre Tierra. «Como pertenece a la esencia de lo humano, el cuidado puede ser la base para un consenso mínimo sobre el que se pueda fundar una ética planetaria, comprensible y practicable por todos» (Leonardo Boff).