Después del gratificante cambio de estilo detonado en su antepenúltima novela, Penumbra en París, donde el lenguaje se clarifica y se abandona el barroquismo de sus primeras obras, Anna Carreras ha escrito una novela donde el protagonista es el magnetismo del sexo. En Un francés a medianoche encontrarán sexo explícito, a veces poético, nada pornográfico y sin metáforas cutres ni tradicionalmente manidas. Al coño, coño, y a la polla, polla. Debemos reaccionar ante unos preliminares lentos, reconocidos según un código compartido, y trabuquemos la gran idea occidental del sexo como mecánica horizontal. No somos robots ni nos premian con una galleta. Aparquemos el misionero. La trascendencia que aquí se persigue es la del éxtasis permanente, el clímax sin fluidos. Esta es la historia de una tigresa blanca que aplica la misma seriedad escribiendo que rematando un francés. La antigua secta china de las Tigresas Blancas dedica casi una década al arte de la felación para ganar el pulso a la biología y rejuvenecer entre cinco y quince años. Para lograrlo, deben catar el mayor número de hombres durante los tres primeros años. No es un juego ni estamos ante el todo vale. La tigresa blanca actúa virgen en trabas morales y culpabilidades cristianas. Blanca tiene veinticinco años y recién emprende el camino de la incorruptibilidad. Ella es occidental y vive en el siglo XXI: ¿se atreven a entrar en su mundo?