A bordo del Proleterka, un barco de nombre eslavo y con una estrella roja en la chimenea manchada de óxido, un grupo de respetables turistas de habla alemana emprende un crucero hasta Grecia. Entre los pasajeros van un hombre, que cojea levemente, y su hija, que todavía no ha cumplido los dieciséis años. Padre e hija son dos completos extraños. Aprovechando el viaje, la hija querrá saber más cosas de esa persona de la cual todo lo ignora, pero además ansía descubrir algo que también desconoce: la vida en sí misma, y el Proleterka es el lugar destinado para su iniciación. Pasados los años, un día, visto desde el observatorio de los recuerdos, aquel crucero se convertirá en un viaje a la tierra de los muertos, entre aquellos seres que «tardan en salir al encuentro de uno» y «llaman cuando notan que nos hemos convertido en presas y es hora de ir a la caza».