Al paso que las farmacéuticas imponían su «pandemia», proliferaban ya telepredicadores «nutricionistas» que recomendaban regresar a la mantequilla, aun cuando la O.C.U. no aprueba ni una sola de las más de sesenta analizadas. Defienden reducir los más asimilables y abundantes carbohidratos (gracias a los cuales se forman las glucoproteínas que los anticuerpos son, por ejemplo) y depender más de ácidos grasos poliinsaturados, cuya peroxidación activa sustancias cancerígenas. O sea, al huir de la diabetes nos abocan a cánceres como el de colon, por cuanto hubiesen prohibido el mosto a Gandhi, con el que sobrellevó sus ayunos hasta casi los 80 años (asesinado), y el vino a nonagenarios, quienes han disfrutado el estimulante digestivo moderadamente. Como el organismo no sintetiza ciertos ácidos grasos (linoleico y linolénico), y por que el hígado no genere grasas a partir del almidón vegetal o fécula, es preferible ingerir, por tanto, para almacenar el almidón animal o glucógeno (además de los aminoácidos glucoformadores como la glicina, en la gelatina), los lípidos, pese a que las grasas poliinsaturadas rebajan el «colesterol bueno». No pienso, con todo, suprimir incluso la glucosa fermentada por levaduras, hongos y bacterias, pues la dosis oportuna de alcohol previene cálculos biliares (de colesterol y calcio); y, cuando una solución de glucosa permanece inalterable al oxígeno mientras los cuerpos grasos se enrancian, algo tienen lactosa, fructosa y maltosa de especial.
hace 9 meses
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