Al profesor Luis Miguel Ortiz, protagonista de esta historia, no le van bien las cosas. O al menos no le suceden cosas normales desde el día en que un perro callejero eligió su aula para vaciar su estómago y, poco después, fue sorprendido en su despacho en medio de una situación comprometida. A partir de ahí su vida, expuesta sin pudor, cobra la forma de un descenso a los infiernos, con parada en la fantasmal ciudad de Edimburgo, donde tendrá lugar el encuentro con El Ladillas, agente de su destrucción, y conocerá el lado más oscuro de la existencia en el transcurso de un alucinante y alucinado verano. Zigzagueante, divertida, obscena, hilarante, meticulosamente incorrecta, Los fantasmas de Edimburgo constituye un festín de situaciones desaforadas e imprevistas, una bofetada en el rostro de los bien pensantes y un ejercicio de maestría narrativa, que provoca por igual la carcajada y la reflexión, el asombro y el escándalo, pero nunca la indiferencia del lector. Esta novela fue finalista de los premios Fernando Lara y Herralde.