«Un buen viajero es aquel que no sabe adónde va, y un viajero perfecto es aquel que no sabe de dónde viene.» Este aforismo es el resumen más idóneo de La metafísica del ping-pong. Porque cuando se toma por vez primera la raqueta no se sabe adónde puede llevar la pasión por este deporte, pero sobre todo no se sabe que se ha emprendido un periplo iniciático al descubrimiento de uno mismo. A lo largo de este viaje de perfeccionamiento deportivo y metafísico, Guido Mina di Sospiro no sólo se ha enfrentado a toda clase de adversarios, y ha afinado su técnica, táctica y estrategia, sino que ha conocido la importancia de dejarse guiar por un maestro. Gracias al ping-pong y en pleno fulgor del juego, ha aprendido la lógica no lineal, la estrategia de Sun Tzu; ha redescubierto a Carl Gustav Jung y ha consultado el I Ching. Y naturalmente, siguiendo su «estado de gracia» místico-deportivo, se ha divertido mucho y continúa haciéndolo.