Casado con una menuda y delicada mujer a la que aún cree amar y a la que no se atreve a abandonar, el personaje central de esta novela tiene una amante exuberante y volcánica con un solo defecto: Nerón, un rival que se orina en sus tobillos y al que está obligado a arrastrar de una traílla hasta un parque cercano. Como todo hombre infiel, nuestro personaje se cree un genio inventando coartadas perfectas. Este juego fatal se estrella una noche contra el acontecimiento impredecible de un atentado, que desbarata su tinglado de invenciones y desnuda la pavorosa fragilidad de todos sus sentimientos y de su vida misma. El feliz y finalmente atribulado personaje central de esta novela habría gozado mucho con el reciente vaticinio de Jacques Attali, quien dijo que “la monogamia, que en realidad no es más que un útil convencionalismo social, no sobrevivirá”. Fernando Quiroz corrobora con astucia y gracia los deleites del tema, y además de recrear una historia tan divertida como amarga nos asombra al descubrirnos que aún hay más cosas ocultas entre las paredes íntimas de sus personajes. Esto huele mal es también una novela de reflexión, aunque sus protagonistas, presos del deseo, no puedan examinarse ellos mismos. Ingenuos pero puros, podrían haber firmado la sentencia del adúltero H. G. Wells: “El adulterio es justificable: el alma necesita pocas cosas; el cuerpo, muchas”.