Ni una sonrisa. Patéticos los intentos de pasar por humos situaciones absurdas, que ni siquiera entrarían en el humor de lo absurdo, sino en el de los clichés que se repiten hasta aburrir. Habría que estar tan colgado como se pinta al protagonismo para realmente considerar risibles las situaciones o las frases vanales que no cesan. Todo ello en un ambiente que por una parte edulcora el problema de la droga y el comercio, alejándolo de la realidad (salvo una muerte ante la que la respuestas de los protagonistas es de cartón piedra) y todo para acabar con un final de moralina cristiana decimonónica completamente inconsistente con la supuesta personalidad de los personajes.
hace 4 meses
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