Como el tejedor, el detective Lew Griffin puede correr en silencio sobre las aguas calmas, pero se hunde en whisky cuando se agitan. Es 1964, con un cuchillo de curtidor acaba de abrir en canal a un camello, culpable del brutal asesinato de una chica. Esa es la justicia, según Lew Griffin. Días después, recién despertado de la resaca, por fin tenía un caso que no tomarse como un ángel vengativo: a las diez y cuarto de la noche del 17 de agosto, Corene Davis, una líder negra y para colmo mujer, embarca en un vuelo nocturno hacia Nueva Orleans. Era un vuelo sin escalas. Pero nunca llegó a su destino. Seis años después, en 1970, en su nueva oficina con aire acondicionado, recibe a unos padres negros compungidos: su hija, Cordelia Clayson, ha desaparecido. En 1984, de nuevo, Griffin, recién salido de la cárcel, logra rehabilitarse a la vez que conoce a Vicky, una enfermera escocesa, y Jimmie, un ex miembro de la Mano Negra, que le pide un favor: buscar a Chery, su hermana pequeña, perdida. En 1990 recibe la llamada de su ex mujer, Janie, anunciándole que David, el hijo al que llevaba años sin ver, ha desaparecido.