Eran tozudos e inteligentes, y los dos muy dispuestos a triunfar en la tarea que tenían por delante: Daniel Hudson Burnham, un arquitecto de prestigio, había recibido el encargo de dirigir la construcción de todos los edificios de la Feria Universal de Chicago, que abriría sus puertas en 1893; Henry H. Holmes era médico, y decidió aplicar sus conocimientos de la manera más cruel. Mientras Burnham levantaba a ritmo endiablado las paredes de unos palacios espectaculares, Holmes erigió su propia mansión al lado mismo del recinto ferial, y en los sótanos de la casa mandó construir unas salas de tortura equipadas con mesas de disección, cámaras de gas y hornos crematorios. Ahí un sinfín de mujeres jóvenes, seducidas por los dulces modales del médico, encontrarían el dolor y la muerte... Lo que parece la trama de una novela de horror fue a finales del siglo XIX una realidad que conmovió a un país entero, y que tuvo como testigos de excepción a hombres tan dispares como Buffalo Bill, Theodore Dreiser y Thomas Edison. Las tribulaciones del arquitecto y el médico, el afán que los empujó cada vez más lejos para triunfar en una ciudad donde los primeros rascacielos asomaban entre el humo del carbón y las madejas de raíles, llegan hasta nosotros gracias al magnífico libro de Larson, un investigador riguroso y un narrador capaz de contar la historia de una locura.