Los dragohumanos -como Alejandro Magno, Aníbal, Julio César, Atila, Don Pelayo, el Cid, Ricardo Corazón de León, Gengis Kan, Juana de Arco, el papa Julio II, Hernán Cortés, Napoleón, Simón Bolívar, Hitler y muchos otros- son criaturas capaces de alterar la historia con gestas y atrocidades increíbles, ya sea en aras de la libertad, el lucro, la justicia o la intolerancia. Pedro Gonzalez-Trevijano los muestra, como a los dragones de las narraciones populares, imponentes, tanto en su faceta más majestuosa, como en la ridícula y pomposa, moviéndose casi siempre sobre las aguas procelosas de la política, un campo de cultivo ideal para que los dragones puedan dar rienda a su implacable voracidad: la codicia, el ansia de mando y el anhelo de conquista. Como afirma Mario Vargas Llosa en el prólogo a esta obra, los dragohumanos «defendieran causas generosas, como la libertad o la justicia, o abominables, como el racismo, el lucro y la intolerancia religiosa o ideológica, esta familia tan diversa tiene un denominador común: todos ellos deben su fama a las matanzas que perpetraron y padecieron, a las violencias indescriptibles que fueron dejando alrededor a su paso por la historia y el miedo y la veneración que inspiraron y que se proyectó en las obras literarias y artísticas con que fueron endiosados, ridiculizados o execrados».