Últimamente mi atención se ha concentrado de más en la lectura de libros que tratan sobre el duelo. Historias de dolor, desconsuelo, pena, aflicción. Sé que no ha sido coincidencia. Los libros los he buscado hasta encontrarlos. ¿Miedo, previsión, morbo? Solo en enero, que acaba de pasar, les comenté dos: “Nada se opone a la noche”, de Delphine de Vigan y “La peor parte”, de Fernando Savater. Pero han sido demasiados: “El año del pensamiento mágico”, y “Noches azules” de Joan Didion; “La pérdida de profundidad”, de Julian Barnes, “Alegría” y “Ordesa” de Manuel Vilas, entre decenas más. Ayer leí “Diario de duelo”, de Roland Barthes. Normalmente escribo mis impresiones inmediatamente al terminar el libro. Ahora decidí reposar un poco mis sensaciones. “Diario de un duelo” es la bitácora de la travesía que transitó Barthes entre el 26 de octubre de 1977 -la muerte de su madre ocurrió el 25- y el 15 de septiembre de 1979. El reputado semiólogo francés, el lector decimonómico, falleció en marzo de 1980. Roland Barthes nació en 1915. Cuando su madre, Henriette Binger falleció, tenía 62 años. Y los sesenta y dos, salvo cortos períodos, los había vivido junto a ella. Barthes, reputado crítico literario, maestro en universidades tan prestigiosas como Harvard y Oxford, escritor de decenas de libros de variados y atractivos temas, vació en “Diario de duelo” toda la desmesura de sus sentimientos. “Idea -que causa estupor pero no desolación- que ella no ha sido “todo” para mí. Si no, yo no habría escrito obra. Desde que la cuidé, desde hace seis meses, efectivamente, ella era “todo” para mí, y olvidé completamente que había escrito. Yo era perdidamente para ella. Antes, ella se hacía transparente para que yo pudiese escribir.” (29-X-77) “Habito mi aflicción (mi dolor) y eso me hace feliz. Me es insoportable todo lo que me impide habitar mi aflicción.” (31-VII-78) “Poco a poco se precisa el efecto de lo falta: que ya no tengo ningún gusto por construir nada nuevo (excepto en la escritura); ninguna amistad, ningún amor, etcétera.” (17-I-79) “Hay mañanas tan tristes….” (15-IX-79) Líneas arriba comenté que tuve que dejar reposar un poco los sentimientos producidos por la lectura de “Diario de duelo”. No conozco suficiente a Barthes. Lo he leído muy poco. Me gustó mucho su autobiografía “Roland Barthes por Roland Barthes”, y hasta ahí, porque sus libros de crítica literaria, sobre la imagen, sobre los signos, solo los he ojeado y leído por encimita. “Diario de duelo” me dejó, primero, anonadado, y después sumido en la confusión. Las razones no tienen nada que ver sobre si me gustó o no el libro, de hecho, lo disfruté. “Diario de duelo” se publicó póstumamente y por ello, nació entre polémica. Muchos amigos y seguidores del autor pensaban que no le hubiera agradado publicarlo, mientras que otros sostienen que a raíz de la muerte de su madre, Barthes había reforzado la convicción de explorar todas las posibilidades de la escritura autobiográfica. Creo entender a los que se oponían a su publicación: “Diario de duelo” es una texto donde la madre aparece difuminada, mientras que el autor tiende a recrearse en si mismo; el texto no es un diario convencional que enseñe la cotidianidad del transcurso de los días; tampoco existen confesiones escandalosas, ni siquiera un atisbo de alguna intimidad incómoda; pero sin embargo, me quedó la sensación de que para Barthes, representó su salida del clóset. “Diario de duelo” es un libro escrito por un esteta de las letras y por tanto se disfruta/sufre al leerlo. Lo recomiendo.
hace 4 años