Este libro es un conjunto de epístolas. La más larga es la que Malcom Lowry dirige a su editor Jonathan Cape, quien tras haber dejado en manos de un lector la valoración de su novela Bajo el volcán, sugiere a Lowry unos cambios en la misma de cara a su publicación. Hay también una carta de la mujer de Lowry, Margerie, en la que dice: Te aseguro que solo una persona cuya total existencia es su obra, alguien que ha dominado y controlado el volcán que hay en su interior, a costa de un sufrimiento que ni siquiera yo comprendo del todo, podría haber escrito un libro así. Lowry en una extensa carta defiende su obra con valentía, capítulo a capítulo, ponderando las virtudes de su novela, las distintas capas de significación que atesora, las múltiples relecturas que exigiría su novela, de la que Lowry dice puede leerse un número indefinido de veces sin que se agote y sale al paso de las acusaciones de que ciertos momentos resulten tediosos o de la escasa entidad de sus personajes, un tedio que le permite a Lowry reflexionar sobre el uso básico del tiempo, y como se maneja de distinta manera en el cine y en la literatura, toda vez que Lowry cree que su obra no requiere ningún montaje, dado que tal como ha sido entregada está ya dirigida y montada. Es muy interesante ver a un escritor defender con argumentos su obra, y comprobar la distancia a veces insalvable que media entre lo que el escritor vierte en una novela y lo poco que a veces captamos los lectores, en obras como esta de Lowry de la que el autor afirma que debe ser releída más de una vez, lo cual tampoco aseguraría su absoluta comprensión de todos sus detalles. Una novela que como decía Gass en el prólogo de Los Reconocimientos de Gaddis, Lowry afirma también de su obra que se debe leer en bucle, esto es, acabar la novela para ir a su comienzo y enriquecer lo leído con otra relectura.
hace 8 años