Mientras el Imperio Romano caía y unos bárbaros descendían sobre las ciudades romanas saqueando bienes y quemando libros, los irlandeses, que apenas aprendían a leer y a escribir, se dedicaron al arduo trabajo de copiar toda la literatura de Occidente a la que tuvieron acceso. Así, estos escribanos se convirtieron en el cauce a través del cual las culturas grecorromana y judeocristiana se transmitieron a las tribus recién establecidas en Europa sobre los escombros y los viñedos en ruinas. Sin el servicio que prestaron estos escribas, lo que ocurrió después hubiera sido impensable. De no ser por la misión de los monjes irlandeses, que sin la ayuda de nadie fundaron de nuevo la civilización europea por todo el continente, desde las ensenadas y valles de su exilio, el mundo que vino después de ellos hubiera sido completamente distinto, un mundo sin libros. Nuestro propio mundo jamás hubiera llegado a ser. En este ameno ensayo, Thomas Cahill relata cómo se preservaron y, posteriormente, se transmitieron los conocimientos de la antigua Roma. Y cómo, sobre todo, influyó san Patricio al convencer a los irlandeses de la importancia de la alfabetización y el aprendizaje, creando así las condiciones que permitieron preservar la cultura occidental.