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Catalina del demonio es una obra transgresora, en la que Nieva juega con el sainete y la comedia de costumbres: aparece el típico estudiantón veterano, la frescura y la gracia canalla de los jóvenes estudiantes, la presencia de Catalina, amante tan ingenua como canalla; el envaramiento distante de la aristocrática Dolores. El contrapunto lo pone Gorro, el amado, el silencioso, el que a todos seduce con su propio misterio. Nieva distorsiona con maestría la atmósfera de obras como El árbol de la ciencia de Pío Baroja, o El hermano de Juan de Unamuno. De la primera toma el ambiente estudiantil de la Facultad de Medicina de la calle de Atocha de Madrid; de la segunda, el personaje del hermano Juan. La convergencia de todos estos hechos lleva a Nieva a calificar su obra como un pastiche, aunque en realidad es un burdel; el burdel de la vida en que nos solazamos hoy con las mismas trapacerías e ingenuidades que hace un siglo, porque siguen vivos el expresionismo de Gutiérrez Solana, el costumbrismo distorsionado de Arniches, el Madrid de Galdós. Madrid es hoy un decorado de Galdós y sólo Nieva y unos pocos más han sabido darse cuenta. Los protagonistas, como es norma en Nieva, disfrutan perdiéndose por amor. Así hasta la muerte.