No se puede negar la dificultad de comentar un libro como éste para un profano en crítica literaria. Parece mentira que en tan sólo una página se agolpen cantidad de pensamientos que pueblan la mente, unos tras otros, sin solución de continuidad, sucediéndose en una cadena de pensamiento y sus contrario.Esta técnica de abstracción de la realidad, de pronto muestra conciencia de lo que le rodea, del lugar por donde ha pasado gracias a un olor, a un color, a un sonido que, a su vez, traen otros recuerdos en los que la mente vuelve a perderse en un diálogo interior. Esta técnica es la responsable de que esta novela sea considerada la mejor de las novelas de Virginia Woolf en la que alcanzó el culmen de sus logros e esta técnica narrativa. No hay trama, no hay acción:la novela es un largo soliloquio plural, a tres voces -la señora Dalloway, Peter Walsh y Septimus Warren Smith, protagonista de la historia paralela- con la expresión de la alegría, penas, sufrimientos, reproches, críticas, duras verdades e inesperadas confesiones. Tenemos entre manos el relato de un día no completo en la vida de Clarissa Dalloway, un ama de casa de la alta sociedad londinense que se dispone a prepararse y a preparar su casa para abrirles las puertas a los invitados a la fiesta que celebrará esa misma noche y en la que, una vez más, será la anfitriona. Todo parece que va narrado de forma radial, en torno a una idea central a la que se van asociando otras ideas para conseguir da simultaneidad al relato; es como el trabajo de una orquesta en la que el director dirige a cada uno de sus miembros en un todo absoluto que interpreta en un "in crescendo" hasta el último movimiento, el acontecimiento de la fiesta. La singular mente y la destreza de Virginia Woolf manejando esta difícil técnica han hecho de esta novela una obra maestra de obligada lectura.
Encontramos de todo, en un batiburrillo melodioso y rítmico: hay elementos autobiográficos, como sus melancólicas reflexiones, su pesar perenne de morir sin hijos; hay críticas al matrimonio, comentarios mordaces por el esnobismo de la clase alta, reproches al conformiso de la clase media; satiriza a la clase médica, especialmente a los psiquiatras; hay comicidad hasta en los comentarios sobre la monarquía. También elogia la vejez. El vocabulario y la sintaxis son sueltos y ligeros.
Según su sobrino y biógrafo Quentin Bell la aparición de la novela de james Joyce "Ulises" arrancó de Virginia admiración y envidia también. El texto era de tal trascendencia que no se lo podía ignorar. No obstante, tuvo que admitir que, pese a que Joyce empleaba elementos narrativos no demasiado distintos a los suyos , Joyce llegaba a veces a ser vulgar, empleando lenguaje de tasca. Eso fue lo que la incitó a introducir más innovaciones en sus novelas. Tras su publicación, Virginia quedó muy satisfecha al saber que a Morgan Forster le gustó mucho leer "La señora Dalloway" y que Thomas Hardy encontró placer en la lectura de "The Common Reader".
hace 10 años
15
0