Terminé “El mecanismo de los secretos” con una de esas expresiones tan maravillosamente malsonantes que Granada utiliza cuando está especialmente cabreado. O emputado, como dice él. Tras meses de estudiar y desechar diversas teorías de lo más variopintas para resolver el entuerto, llegó “La ciudad encerrada” y “Au Revoir” a todas ellas, que diría Lavallier. Al poco de empezar la novela, la lluvia y una devastadora epidemia están a punto de convertir Madrid en un cementerio. Para impedir que los planes de la Sociedad Hermética terminen de consumarse, tendremos que recorrer palacios, museos y enfrentarnos a una turba furiosa que dificultará el acceso a un laberinto llamado infierno. ¿Y con quién recorremos ese arduo camino? Pues ahí, queriditos míos, radica el quid de la cuestión… “La ciudad encerrada”, de Jose Gil Romero y Goretti Irisarri, cierra la trilogía que comenzó con aquella tormenta solar que en 1859 tiñó el cielo de Madrid de color rojo. Ese suceso extraordinario reunió a un grupo de hombres y mujeres excepcionales que unieron fuerzas para luchar contra una poderosa sociedad secreta. Lo hace de manera magistral, en cuatro tiempos y a cuatro voces que terminan confluyendo cuando eres capaz de olvidar el concepto tiempo que marcan las agujas del reloj y simplemente te dejas llevar por lo que ves... y por lo que no ves. Luzón, Elisa, Granada, Lavallier y Nadezhda han pasado a formar parte de esa pequeña familia literaria que me acompañará siempre. Son personajes entrañables, con los que he compartido miles de páginas de aventuras, misterios, sonrisas y lágrimas; y junto a los que he recorrido las calles de ese viejo Madrid que aún se vislumbra si miras detenidamente. Desde aquella primavera de 2017, cada vez que recorro la calle Preciados espero ver al caballero de los bastones y a la dama de la sombrilla paseando cogidos del brazo. Quizá ahora, que conozco todos sus secretos, lo consiga.
hace 4 años