La historia del mundo que nos cuenta Julian Barnes comienza en el arca de Noé y termina en el Paraíso, y entretanto la cruzan navíos diversos: la balsa de la Medusa, que inspira la célebre pintura de Géricault; el Saint Louis, un barco de «condenados» que tras zarpar rumbo a La Habana con 937 judíos alemanes expulsados de cárceles y campos de concentración, recorrió medio mundo sin que ningún país aceptara su cargamento, por lo que tuvo que poner rumbo a Alemania; la frágil barca en la que se hace a la mar una australiana desesperada y quizá loca, convencida de que el mundo ha sido arrasado por la guerra atómica; y hasta la nave espacial de un astronauta que encuentra a Dios en los espacios, nunca mejor dicho que cada uno tiene el Dios que se merece y acaba «redescubriendo» el arca de Noé en el monte Ararat, en uno de los irónicos equívocos con que Barnes obsequia a sus lectores.