En Riec-sur-Bélon, entre acantilados, bosques mágicos y el Atlántico, el lugar donde se cultivan las mejores ostras del mundo, aparece un cadáver en un aparcamiento. Sin embargo, cuando la policía llega, el cuerpo ha desaparecido. Solo una anciana insiste en que ella lo ha visto, pero su declaración es tan confusa y presenta tantas lagunas que nadie la cree. Al cabo de unas horas llega otro aviso: un grupo de turistas ha encontrado a un hombre muerto en Monts d’Arrée, a cien kilómetros de allí. Por suerte, ese cadáver sigue en su sitio cuando el comisario Dupin y sus colaboradores llegan. Las ropas de la víctima coinciden con la descripción de la anciana de Bélon, pero aparte de eso, y de dos extraños tatuajes, no hay más pistas sobre el muerto. Cuando poco a poco los indicios le conducen a países vecinos de raíces celtas y a antiguos cultos druídicos bretones y, para acabar de rematarlo, uno de los subinspectores es acusado de robo de arena de las playas, el comisario Georges Dupin comprende que se encuentra ante uno de los casos más extraños de su carrera. Pero no le quedará más remedio que hacer frente a esa investigación caótica en medio de la presión del prefecto por los resultados, la falta de medios para investigar, el desconocido mundo de las ostras y la advertencia de su médico de reducir drásticamente el consumo de cafeína.