En la película 12 hombres sin piedad el acusado de un homicidio se libra de la condena gracias a la mediación del miembro del jurado interpretado por Henry Fonda basándose en el principio jurídico “in dubio pro reo”, es decir, en caso de duda razonable se favorece al acusado. En el caso de La sonrisa de los pájaros no sucede lo mismo, no, al menos, hasta que 20 años después alguien se vuelve a interesar por un caso que ya estaba cerrado y olvidado y se pone a investigar sobre la verdadera culpabilidad o inocencia del principal sospechoso.
Alma regresa a Paraíso, el pueblo en el que creció, en la sierra de Madrid, tras 20 años de alejamiento, un alejamiento provocado por un trágico accidente que cambió su vida y que ha querido olvidar durante todo ese tiempo sin éxito porque la huida no siempre es la mejor solución y antes o después lo más favorable es enfrentarse al pasado para poder vivir tranquilamente y sin cargas el presente.
La intención de Alma, por tanto, es pasar un breve periodo en Paraíso, lo justo y necesario para intentar poner en orden sus ideas, recolocar recuerdos y pensar cómo encauzar de ahí en adelante su vida. Pero el encuentro con una persona del pasado trastoca un poco sus planes y con la media excusa (porque de verdad es algo que le interesaba, pero no es ese preciso momento) de investigar sobre el caso del milano negro, un asesinato que se produjo en su pueblo justo cuando tuvo el accidente, alargará más su estancia allí, sin saber que esta decisión provocará un pequeño efecto mariposa haciendo que las piezas de su entorno más cercano en Paraíso caigan como fichas de dominó.
La sonrisa de los pájaros no es una novela negra, aunque gire en torno a la investigación de un crimen, es una novela más bien intimista, que nos relata el sentir de las personas reflexionando sobre la inocencia y la culpabilidad, la memoria y el olvido, la realidad o la ficción…, pero sin dejar de lado los giros argumentales, jugando al despiste, al sí pero no para… ¿ser después sí? Es una novela que te mantiene pegado a las páginas, que sin sobresaltos te va atrapando haciendo que te dejes llevar, escrita con esa dulzura tan de Lea Vélez, que hasta en los momentos más desagradables hace que te sientas “arropada”. (Sandra Jarén, 9 de octubre de 2019)