Este libro ha sido galardonado con el III Premio de Novela Bruguera, concedido por la escritora Esther Tusquets en calidad de jurado único. El narrador de La soledad de las vocales vive en la pensión Lausana, un tugurio repleto de seres marginados y sin esperanza. Allí conviven un tapicero serbio, una ex-nadadora, un par de homosexuales, un pintor y un discípulo de Joyce que intenta escribir una novela titulada La memoria del Olvido y comparte su habitación con el fantasma de una joven suicidada en el mismo cuartucho que él ocupa. Dejando de lado sus circunstancias personales, todos ellos son individuos derrotados y condenados a la soledad, "habitantes de la noche". El narrador, por ejemplo, se presenta como un borracho y casi mendigo, "un desocupado aficionado al alcohol", "un enfermo de soledad" cuyas "manos sienten nostalgia de cuando eran útiles" y que pasa el tiempo bebiendo o leyendo algunos de los libros que le presta el escritor de la habitación de al lado. La Pensión Lausana se compara varias veces con el sanatorio Berghof y el narrador se identifica con el Hans Castorp de La montaña mágica. La pensión se compara con el sanatorio, pero no de tuberculosos, sino de fracasados. Ellos son los enfermos de la nueva Europa, la que emergió tras las guerras del siglo XX y tras los violentos conflictos que a ratos laten en la memoria de los personajes de La Soledad de las Vocales.