Desde Galileo vivimos en un universo dominado por leyes matemáticas. El viejo tema del determinismo (la ilusión de la libertad) sigue implícito en la cosmovisión moderna. De la mano de William James, Henri Bergson y Alfred North Whitehead, Juan Arnau propone reorientar ese paradigma y asumir un evolucionismo sin concesiones. Sostiene que el universo carece de ese tipo de leyes inmutables, sin que por ello sea azaroso o caótico. Como la vida, tiene hábitos, gracias a los cuales es posible el conocimiento; unos hábitos que funcionan localmente y que pueden cambiar y transformarse. Se descubre así un panorama bien distinto: un universo vivo y creativo (una idea común en la Antigüedad y rescatada por el Renacimiento), cuyo destino no escrito se autorregula por la vida consciente y el ejercicio de la libertad, y en el que los episodios mentales pueden abrir caminos en el espacio y dibujar la curvatura del tiempo. La evolución del cosmos corre por tanto en paralelo a la evolución espiritual de los seres que lo habitan. Durante el siglo XX la filosofía se entretuvo demasiado con los lamentos existencialistas y el análisis lingüístico. Ha llegado el momento de una filosofía basada en la empatía, la creatividad y la atención, que se comprometa con la vida que percibe y siente. Tal es el propósito de este ensayo esclarecedor.