«El año 1975 yo me perdí en los jardines de África. Le dije a Juan que no escapé de aquel avispero por Djibuti, como aquí está contado, sino que el tren militar que durante tres días esperamos en Dire-Dawa dio marcha atrás dirección Addis, donde finalmente pude conseguir un visado para el Yemen al precio de un napoleón de oro. El hecho en sí carece de importancia. Era más importante mencionar todo lo que va rodeando al instituto de fuga, desde que uno era niño y soñaba con África. Aquel australiano advirtió que corríamos peligro, no de que nos mataran los rebeldes, sino de que nos fusilaran por tibieza ideológica los mismos soldados encargados de protegernos. El australiano regresó su finca a criar canguros, y yo hubiera querido dedicarme a cultivar algún jardín, pero éramos una generación algo nómada, y de las interminables mudanzas de aquellos años, el mal entendimiento de las lenguas y la confusión de los utensilios, sólo me ha quedado la memoria de un viaje y el sentimiento, como dijo Barral, de que una vez que la juventud ha pasado sólo se vive a merced del miedo»