“Hasta en tres ocasiones me había topado con el rostro de la muerte en la ciudad y ahora, en aquella primavera, volvíamos a vernos. Una noche –una de esas noches caleidoscópicas de locura, ebriedad y furia que conocí en aquel año, cuando merodeaba por la gran avenida de la oscuridad de sol a sol, desde la medianoche hasta el amanecer, cuando el mundo entero se proyectaba a mi alrededor en una danza descomunal y enloquecida– vi morir a un hombre en el metro.”
Así comienza esta novela breve, bastante peculiar, en la que el narrador describe las cuatro ocasiones en las que se ha encontrado cara a cara con la muerte en la ciudad de Nueva York; y el cómo y el porqué la última de ellas “perduraría finalmente en mi memoria con una cualidad majestuosa, aterradora y solemne que las demás no tuvieron.” La parte final del libro es una especie de himno desde la noche, una oda a la Muerte y a sus hermanas Soledad y Sueño.
Thomas Wolfe despliega una prosa exuberante, intensamente lírica y que rebosa adjetivación. En algún momento me ha resultado densa y he tenido que releer algunos párrafos, pero me ha gustado bastante y me parece una escritura muy bella. He aquí un ejemplo de la última página:
“Suavemente, los grandiosos y oscuros caballos del Sueño galopan sobre la tierra. Las corrientes del Sueño avanzan en los corazones de los hombres, fluyen como ríos en la oscuridad, con el ritmo sincopado de su respiración, hasta un millón de rincones de la tierra. Fluyen hasta que los corazones de todos los vivos quedan aliviados de su carga insoportable, hasta que las almas de todos los hombres que alguna vez han respirado el aliento de la angustia y el esfuerzo quedan sanados y conquistados por el vasto encantamiento del oscuro, silencioso y envolvente sueño.”