Plagada de un lirismo seco como el hielo y de enmarañadas citas poéticas, "En Grand Central Station me senté y lloré" estamos ante una sublime oda al amor y a la pasión. Pero no a un amor sano y dichoso, sino más bien nocivo, enfermizo y tóxico. Un cataclismo tormentoso e intenso de desproporcionadas dimensiones, que llevó a la autora a vivir siempre por el filo de la aguja, la agonía y la amargura. Conviene leerla despacio y con gran concentración para extraer de ella todo su valor y su calor.
hace 6 años